La esencia del sombrero pintao | La Prensa Panamá

2022-10-08 20:51:33 By :

En el campo, el buen tejedor del sombrero pintao empieza la faena con la primera luz del día, al calor del fogón humeante, y sigue hasta el ocaso, acompañado por el sonido de las cigarras del monte.

Antes, el artesano prepara la materia prima para elaborar la pieza, fibras obtenidas de plantas como la bellota, chonta, junco y pita, cultivadas en las cercanías de las casas y tintes también naturales, que resultan de la mezcla de hojas de chisná con lodo oscuro.

El resto del trabajo depende de la pericia ganada con el paso de los años y la paciencia para trenzar con precisión las crinejas, talcos y pintas, los tres tipos de tejidos que componen el sombrero pintao.

Es la esencia de un proceso de creación de días, semanas o meses, transmitido oralmente de una generación a otra y que acaba de ser incluida en la Lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés).

Es la primera tradición o conocimiento popular de Panamá que obtiene el reconocimiento. El informe presentado ante Unesco por el Proyecto de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de Panamá, del Ministerio de Comercio e Industrias, detalla que unos 400 artesanos viven de la confección del sombrero pintao en las provincias de Los Santos, Herrera, Veraguas y Coclé, especialmente en La Pintada.

La Pintada es un distrito coclesano de mil 30 km2 y 25 mil 600 habitantes. Es la afamada cuna del sombrero pintao. De allí se alimentó la propuesta que Panamá presentó ante la Unesco para considerar el proceso de creación y técnicas del sombrero como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Un reconocimiento que se hizo realidad el pasado 7 de diciembre y que mantiene fresca su estela entre los pintadeños, orgullosos de la categoría otorgada al oficio al que han dedicado sus vidas. Como Maritza Mendoza, que lleva 52 de sus 59 años haciendo sombreros pintaos y otros tradicionales, o Beatriz Rodríguez Sánchez, que lo ha hecho por 55 de sus 65 años. Aprendieron las técnicas y secretos del oficio como casi todos en La Pintada: observando con atención el diario tejer de sus padres y abuelos.

Todo empieza con el tratamiento de las plantas, una suerte de mina para extraer las fibras que se tejerán. De la palma de bellota se usan los brotes de hojas nuevas o cogollos, del junco se emplea su tallo, de la chonta también se cortan los cogollos y de la pita se toman las hojas más grandes y se machacan para eliminarles la pulpa. Todas son cortadas en finas hebras y algunas como la bellota deben ser cocidas con agua por unas horas. Luego se secan al sol por unos días. Durante el proceso cambian su color verde por el crema pálido.

El último procedimiento, antes de tejer, es teñir de negro los hilos de junco y chonta, primero cociéndolos con hojas de chisná que le proporcionan un tono rojizo y después enterrándolos en lodo oscuro durante toda la noche. En la mañana se lavan y se ponen de nuevo al fuego con chisná. Al secarse quedarán con una brillosa tez negra. Las fibras de bellota y la pita permanecen blancas.

La materia prima del sombrero pintao es 100% natural y su producción es íntegramente manual, resumen Rodríguez Sánchez y Mendoza. Un detalle que toma por sorpresa a los turistas que llegan al pueblo preguntando por la “máquina que hace los sombreros tan bonitos”, cuentan las artesanas.

Todo sombrero pintao está compuesto por tres clases de trenzas: la crineja, los talcos y las pintas (Ver infografía). Y la calidad y elegancia de la pieza será definida por la cantidad de vueltas de trenzas que tenga. Mientras más menudos y compactos queden los tejidos, más vueltas de trenzas tendrá el sombrero, explica Arquimedes Rodríguez, artesano de 51 años reconocido como uno de los mejores de La Pintada y del país, avalado por múltiples premios en festivales folclóricos en la ciudad de Panamá y el interior del país.

Un sombrero básico tiene de 5 o 7 vueltas de tejidos y uno de lujo tendrá entre 17 y 22 vueltas, acota Rodríguez. Los tiempos de producción de cada uno distan: una semana para el sencillo y dos meses y medio para el fastuoso. Y los precios entre uno y otro son como el día y la noche: unos 35 dólares el de cinco vueltas, y entre 900 y mil dólares el de 20 vueltas.

La consistencia del sombrero (ni muy rígido ni muy endeble) y la uniformidad de sus tejidos y proporciones son otros aspectos a calificar cuando se evalúa una pieza, añade Rodríguez, quien pese a contar con la ayuda de su esposa y algunos de sus cuatro hijos, no logra cubrir con todos los pedidos que recibe. A veces despacha uno por semana. Otras veces tres. Rodríguez no se queja. Ha mantenido así a su familia por 33 años.

El resto de los artesanos de La Pintada logra su mejor ingreso del año durante el Festival del Sombrero Pintao, en octubre. Se preparan en grupos para tener disponibles unas 50 piezas, que representan entre 3 mil y 4 mi dólares. Todo se vende.

Hace 40 o 35 años no se hacían sombreros pintaos tan elaborados. Los más finos que se veían eran de entre 10 y 12 vueltas, pero el mercado fue cambiando, el sombrero se revalorizó, dejó de ser visto como pieza exclusiva del campesino y ahora todos quieren lucirlo en festivales folclóricos, ya sea con su ala normal o la pedrá, narra Reynaldo Quirós, artesano de 56 años e investigador de la historia de los sombreros tradicionales.

El sombrero pintao siempre fue una pieza casual del vestir, era para estar en casa o en el pueblo, no para trabajar, aclara Quirós, al pasar las páginas de un libro en el que ha coleccionado decenas de tejidos de talcos (estilo de cajón, cuatro calles, ojo de conejo, manitas encontradas, pilón, plumilla o cometa) y tejidos de pintas (quimbol, mosquito, periqueña, istmeña, mola, pescao, palmilla, pata de zorra, colita de sardina, onda, cadena, ranita y pechito de cigarra). Muchos corren el riesgo de desaparecer al ser desconocidos por las nuevas generaciones de tejedores, se lamenta.

No hay registros sobre el origen del sombrero pintao. Se estima que su trenzado principal, el de crineja, proviene de los pueblos originarios de Panamá y fue aplicado para la fabricación de sombreros tras la llegada de los españoles, periodo en el que nacieron otros sombreros simbólicos del continente. Entre los siglos XIX y XX, sucesos históricos como la fiebre del oro y la construcción del Canal de Panamá, catapultaron a la fama el sombrero ecuatoriano conocido como Panamá o jipijapa, y su estilizada apariencia influyó en el sombrero pintao, clandestino por entonces, comparte Quirós.

La enorme popularidad del sombrero Panamá, prosigue, empujó a las autoridades panameñas de aquel tiempo a crear escuelas de artesanos en varios puntos del país para que confeccionaran la solicitada pieza, pero con el paso de los años los artesanos se enfocaron en los sombreros locales. Y como la mayor parte de los artesanos era de Penonomé, muchos se establecieron en La Pintada, en donde todavía hoy casi en cada hogar se puede encontrar al menos una persona que conoce las técnicas del sombrero, destaca Quirós, quien comparte esta y otras historias con panameños y extranjeros que llegan a su tienda, Artesanías Reynaldo Quirós, en La Pintada, atraídos por la gracia del sombrero pintao.

Más piezas de la artesanía nacional Sombrero pintao aparte, en el campo los artesanos tejen otros sombreros tradicionales como el quimbol, el cadena, de onda o de mola, uno de los favoritos de los turistas. Su colores y precios varían si se compara con su hermano recién distinguido. Los hay en tonos verdes, rosas, azules o amarillos y dependiendo de su tejido pueden costar entre 40 y unos cientos de dólares. En su tienda, Reynaldo Quirós cuenta con modelos innovadores alusivos a las fiestas patrias o a Navidad. Siempre empleando algún tipo de tejido tradicional hecho de plantas. Con la materia de los sombreros los artesanos también tejen carteras, monederos, recipientes, cobertores y otras artesanía que pueden ser confeccionadas a juego con un sombrero, si así lo desea el cliente. El municipio local trabaja en la construcción de un mercado para exponer y vender las creaciones de sus artesanos, detalla Ina Rodríguez, alcaldeza de La Pintada. El plan es terminarlo en el año 2018.

Sombrero pintao aparte, en el campo los artesanos tejen otros sombreros tradicionales como el quimbol, el cadena, de onda o de mola, uno de los favoritos de los turistas. Su colores y precios varían si se compara con su hermano recién distinguido. Los hay en tonos verdes, rosas, azules o amarillos y dependiendo de su tejido pueden costar entre 40 y unos cientos de dólares. En su tienda, Reynaldo Quirós cuenta con modelos innovadores alusivos a las fiestas patrias o a Navidad. Siempre empleando algún tipo de tejido tradicional hecho de plantas.

Con la materia de los sombreros los artesanos también tejen carteras, monederos, recipientes, cobertores y otras artesanía que pueden ser confeccionadas a juego con un sombrero, si así lo desea el cliente.

El municipio local trabaja en la construcción de un mercado para exponer y vender las creaciones de sus artesanos, detalla Ina Rodríguez, alcaldeza de La Pintada. El plan es terminarlo en el año 2018.